miércoles, 8 de septiembre de 2010

Deus et homini

"Nos ha dejado espléndidas metáforas y una doctrina del perdón que puede anular el pasado"
(Jorge Luis Borges, "Cristo en la Cruz"; Tintoretto: "La Crucifixión").

(originalmente publicado el 9 de diciembre del 2009...mala costumbre, pero es la temporada...)
Cristo esta en la cruz. Me lo encuentro en los hospitales, en las aulas de la Universidad Católica, en las iglesias y cementerios. Una cosa es el enigma de haber escogido una muerte tan espantosa como símbolo del Dios del amor. Otra cosa -y que hunde sus raíces en mí- es la pregunta por aquella salvación que, según registran los evangelios, el nazareno ofreció. Nos dicen también que la concedió una ultima vez, clavado a la cruz como un criminal, a un criminal: "esta misma tarde estarás en mi reino".
Me pregunto si su reino esta más allá. ¿Es realmente necesario un más allá para la salvación?



1) El mundo no sabe que es mundo, la hoja no sabe que es hoja. El hombre sabe que es hombre; las cosas siguen sus cursos, infexibles e infatigables: a esto pertenece la persistencia del cielo, el dolor de la cacería, el recambio de las estaciones, la descomposición de las carcazas.  El hombre tiene una carne que sigue un curso inexorable. Sin embargo, hay algo en el hombre que es abismalmente diferente: encendiendo esa carne y circulando en la sangre que la baña, en algún punto ubiquo del cuerpo, hay una voluntad. Algo dice "yo", como no lo dice (al menos no que sepamos) ni la rana ni el pasto.
2) Si las cosas siguen su curso inexorable, y si es el caso que los pajaros vuelan, los leones cazan y las hormigas se refugian en el invierno, entonces estas cosas no deliberan, pues no dicen "yo" -no se saben leones o pájaros. Sus actos llevan a la realidad un designio que los trasciende, y que simplemente obra a través de ellos. Desde el momento en que el hombre dice "yo", entonces delibera. Al deliberar, demora la acción que debe hacerse. Esta demora se debe a que el "yo" interpone pensamiento, propósito, voluntad. Tiene conciencia de sí. La conciencia de sí inaugura el don de la libertad.
3) Es necesario por lo tanto, que si Dios crea seres con la capacidad para ser buenos o malos, algunos resultaran malos y otros buenos, o que todo hombre a través de su vida obrara ambas cosas. Esto es lo inexorable del hombre. El ladrón es malo: esto lo sabemos por sus palabras, que delatan que ha escogido el mal. Sin embargo, es perdonado. Y es que los actos del hombre pueden entenderse según el individuo o según la especie. Según el individuo, hay responsabilidad o culpa. Según la especie es otro el verdicto: siendo todos los hombres libres, entonces las acciones de todos los hombres tienen que sumar todas las acciones que son posibles a la especie. Esto significa que debe haber hombres que obren el mal, y de las acciones malas, algunos deben obrar las peores, para que todo el espectro de acciones posibles se actualize a cada momento. Entendiendose esto, algunos van a obrar el mal, a escogerlo, quizás a su pesar: es necesario para que la libertad siga siendo posible. Siendo el hombre libre como individuo, como especie esta destinado a realizar la potencialidad que corresponde a su especie. Si el hombre es libre, la especie como tal abarca la realización de lo que potencialmente es el hombre, ya que un hombre individual no puede realizar todo lo que la  esencia  que se expresa en él supone. Algunos, los menos, son la realización de la virtud; otros, los más, son la realización de la mediocridad -su vida será la amalgama de virtud a medias y de vicio o de mal a medias ; otro grupo, menor en número, realizará el mal y el vicio como rasgo predominante; y un  último grupo, tan reducido como los virtuosos, serán los peores. No importa que hombres escogan o se vean impelidos a uno u otro camino: lo importante es que siempre habrá hombres que cumplan cada papel, y así, lo que sea "el hombre" llegará a ser en acto.
4) Por lo tanto, el ladrón escogió el mal, y como individuo es condenable; sin embargo, como parte de la especie, lo que hizo era necesario, ya que era necesario que algunos perpetraran el mal para que la libertad siguiera existiendo. Nadie, visto desde el punto de vista de la especie, en que una  esencia  se  debe realizar, es responsable, sino un instrumento o medium. Sus acciones voluntarias son su responsabilidad, pero, al final, como tales, son parte de un designio que está por encima del mismo ser humano libre.  Obrando libremente, no sabe que obra algo que lo trasciende. Ergo, Cristo perdona al ladrón, ya que el ladrón no sabe que es parte de la realización del designio del creador. Dado que Dios ha creado un ente libre, el ladrón y sus fechorías son parte de la realización de esta libertad.  
5) La doctrina de Cristo es la práctica del perdón como la práctica del amor. En este sentido, Cristo nos enseña algo que no es "de este mundo". El mundo de Cristo es Israel bajo la  dominación Romana. Roma nos ha dado la justicia como la conocemos y un sistema de administración de justicia  para  garantizar su aplicación. La religión en que crece Cristo supone el pecado y la condenación, los dones del judaismo. Para que haya leyes que sancionen el crimen, se supone la existencia previa del crimen y la tendencia a realizarlo; para que haya pecado y condenación, se supone un hombre predispuesto al pecado. Ningún imperativo puede comandarse sin suponer la infracción: la ley del hombre supone al hombre predispuesto al crimen; la ley de Dios supone al hombre predisupuesto al mal. Cristo invierte la ecuación: si se perdona, se supone al hombre capaz del bien. El perdón supone juzgar que el hombre que obra el mal es intrínsecamente bueno; el castigo y la condena supone juzgar que el hombre que obedece y se porta bien, es intrínsecamente malo. El camino de Cristo por lo tanto, no es "de este mundo" literalmente. Ergo, Cristo perdona, y perdonando, libera al hombre del estigma de Caín: lo libera para que pueda tener la posibilidad de ser lo que es, un ser bueno.
6) Finalmente, el perdón es la doctrina de Cristo, y como tal, es la base el amor. Más bien, perdón y amor son las dos caras de una misma moneda. Se ama lo bueno del hombre, el bien que puede llegar a ser, y por eso se perdona el mal que obra. El perdón no es afin con las maneras del mundo. Y es que la salvación "no es de este mundo", pero es en cada momento posible. Cada instante es la salvación posible; cada instante es la perdición posible. Salvarse implica perdonar: perdonando se abandona el miedo, el odio, el rencor: sobreviene la tranquilidad del espíritu; perdonar significa quitar de los hombros del prójimo el peso del mal: se le da la oportunidad de comenzar de nuevo, limpio  -su acto ya no lo define, y por tanto, se salva. Esto no calza con el mundo y sus maneras. El mundo castiga y condena con la cárcel, la esclavitud, el látigo y la cruz:  todo esto es el reino de este mundo, del Cesar. El hombre salvo perdona y perdonando ama, y amando posibilita su salvación y la del prójimo: esto es de Dios. La salvación es hombre por hombre, cada uno debe encontrar el camino hacia ella, cada uno debe encontrar la manera de perdonar y perdonarse. Yo soy el camino la verdad y la vida: el camino se realiza aquí, la verdad se realiza aquí, la vida se realiza aquí. La salvación es aquí y ahora, si se quiere recorrer el camino que instaura el reino en el corazón.  

1 comentario:

Matias Rivera Baeza dijo...

El perdón no implica "absolución" en el sentido de levantar las responsabilidades por los actos realizados. Ese es el trabajo del Cessar, y creo entender que Cristo creía este rol como necesario y no algo "indeseable". Sólo que la realidad de la salvación pasa por el perdón como actitud existencial, vis-a-vis la otra persona en cuanto tal.

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