lunes, 2 de mayo de 2011

Sombras

En Santiago (siempre Santiago), los domingos después de almuerzo, los parques y las calles son fantasmas solitarios. Todos están en los malls o en el estadio o en la casa de los suegros o durmiendo la siesta, cada uno según su gusto o disgusto. En algunos barrios, hay viejos que viven en casas viejas y descuidadas. Una vez que se van los hijos y los nietos, luego de la visita de los domingo, salen con sus bastones y sus pasos lentos y frágiles, y se sientan a los bancos de las plazas desiertas, a veces solos, a veces de a dos, pero siempre silentes. Usan gorras, chalecos, pantalones de vestir, camisas a cuadro y suspensores. Cuando hace más frío, bufandas. Es raro que hablen: parecen disfrutar el silencio de los juegos quietos, sin organilleros, sin burbujas flotando, sin algodones de azúcar y maní confitado, sin niños corriendo de un lado a otro.

Esa temporada rumiaba mi soledad como siempre (costumbre que se exacerba cuando las sábanas huelen a uno mismo y  el brillo de las estrellas es para otros ojos), erraba y me encontré en una plaza. Por esos juegos fortuitos de la memoria, me fui a otro lugar de Santiago, a Bellavista, donde, años antes, en el 1990, para ser exacto...

[La historia es de las más bizarras que pueda recordar: como tantas otras veces, decidí que me iba a saltar el colegio. Perdido en un libro -La Insoportable Levedad del Ser, que a propósito, no entendía a mis exiguos 16 años, un robo a la biblioteca de mi madre, costumbre que se extendería junto con el abuso y las malas andanzas al cajón de remedios de mis abuelos, a la alcancía de mi hermano, a las colecciones de casettes de anfitriones desconocidos de fiestas a las que no me invitaban, y, por supuesto, a los piscos y vinos en las góndolas del Almac o el Unimarc, en esa época bendita en que no había código de barras ni detectores a la salida del supermercado... Bueno, tiempos de crecimiento aquellos, en que uno se busca a si mismo y despotrica contra lo que le han enseñado y hace todo lo que le han prohibido o contra lo que le han advertido, afanosos en la obsesión de desatar los nudos que mantienen unidos lo que ha hecho de nosotros la crianza, para descubrir, deshojando los años, que no hay nada que buscar, y que la cara en el espejo muta siempre que uno cree haber por fin atenazado una "esencia inmutable", y que al final la crianza vuelve por mucho que pese, programada por defecto. En fin, siendo aún un niño bueno cuyo placer consistía en vagar los días de clase y leer libros con títulos existenciales como La Nausea o el susodicho, estaba sentado en esa plaza, cuando se me sentó al lado un viejo (mi memoria me dice que despuntaba los 60). Me pregunta que leo. Le respondo. Me dice que eso es interesante, que quedan pocas personas que busquen cultivar la mente, sobre todo siendo "tan joven y de buena pinta", y me pregunta sobre mi familia, aduciendo que deben ser personas de "criterio muy abierto" y "gente de mundo". Le digo que en mi casa mi madre se preocupa de tener libros y música, y que la cultura es importante. Me pregunta por mi padre.... Están separados... Luego de un rato, recuerdo que me pregunta ¿Alguna vez has visto a tu madre desnuda? a lo cual respondo que no es de su incumbencia... Algo ya no me parecía en los modos tan amables de este señor.  Me dice que no debiera  "sentir vergüenza de esas cosas". Luego me cuenta que él, a mi edad, sentía "cosas" cuando veía a su madre desnuda, pero que era natural, que él sentía cosas que se suponía eran malas, pero que había un tipo, Freud,  "un excelente psiquiatra vienés y gran escritor" que había demostrado que uno siente muchas cosas que se tildan de malas, pero que no lo son. Luego me dice: "¿sabías que todos nacemos bisexuales, y que las preferencias posteriores dependen de la crianza y la cultura, pero que naturalmente, nos gustan ambos sexos?"...."No, no lo sabía". Luego me dice que conoce un cine, y que allí van hombres de distintas edades, y también jóvenes como tú... mientras tanto, cruza las piernas y extiende su brazo en el respaldo de la banca, cerca de mi espalda y se inclina a hablarme más cerca... y que a veces, en esos lugares, las personas "se besan y se tocan, y descubren que no hay nada malo en eso, que es natural, que es sano, que es la "sociedad" la que sataniza esas cosas... "Acompáñame, sería muy agradable ver una película contigo"... Rápidamente cerré el libro, me levanté con mi mochila, le dije que ya era hora de juntarme con mi novia, y que tuviera un buen día, tras lo cual me fui caminando rápido, con todo el aplomo que pude juntar, mientras el hombre -¿un sacerdote católico, quizás que llenan la prensa local por estos días?- me llamaba y me decía que no sintiera miedo, que no me tenía que ir, que podíamos ser "buenos amigos", que no me sintiera incómodo... Linda historia que vino a ratificar la recomendación de toda madre: "no hables con desconocidos", y a arruinar, por cierto, el agradable sabor de una mañana otoñal en que se ha decidido dejar de lado el deber por el placer del ocio vagabundo. Sólo un par de años después, descubrí que Freud justamente decía que la represión de la pulsión del placer, y su sublimación, eran obras sociales, pero necesarias, quizás justamente teniendo a la vista a tipos como mi interlocutor].

 Volví al presente y su plaza, en San Bernardo, al otro lado de la ciudad, con 3 bancos, el maicillo y un árbol flaco y enjuto. Se veía la austeridad y la demasiada simpleza y falta de vegetación de un municipio sin grandes fondos. Había un viejo, sentado con su bastón en las manos, mirando las palomas revolotear de un lado a otro.

Me acordé que las palomas siempre andan cerca de las iglesias  mientras me sentaba al otro extremo de la banca. Tenía un pan (me gusta comerme la miga del pan, sobre todo de la marraqueta, pero dejo la cáscara, como la caparzón de una tortuga, pero sin tortuga adentro). Desmenuce un poco de cáscara y lo tire cerca. Mientras las palomas picoteaban las migas con toda su inteligencia, el viejo me miró:
"¿Le gustan las palomas?"
"Si".
"A mi también. Me gustan las palomas y me gustan los días nublados".
"¿Por qué? A mi me acomoda más el sol. Aparte, las nubes me recuerdan la lluvia, y la lluvia es triste".
"Justamente, joven. Una vez quise a una niña, era joven, más joven que usted. Fue algo corto, pero hasta hoy me acuerdo de ella. De hecho, fue mi primera polola. Nos conocimos cuando llovía, y me decía que la lluvia era nuestra. ¿Es usted casado?"
"Separado"
"Es una pena, de verás".
"¿Y usted, caballero?"
"Yo soy viudo,desde hace un algunos años."
 "Lo lamento"....
 "No se preocupe, joven... ella estaba muy enferma... Estuvimos casados 35 años. Yo tenía 30 y ella 23. Era muy linda la Laurita. Vivíamos por acá cerca, toda la vida en la misma casa, una casa bonita. Cuando llegamos, esto aún era casi puro campo. No fue sino hasta hará unos veinte años que la capital se tragó a San Bernardo. Era otra cosa antes..."
"Así me han contado."
"¿Tiene hijos?"
"3"
"¿Los echa de menos?"
"Durante la semana. Los veo los fines de semana."
"Nuestro hijo esta en el extranjero ahora, no lo veo hace tiempo. Se fue porque trabaja en una de estas empresas grandes, la IBM. Nos salió ingrato, se casó y de ahí casi no lo vimos más, y luego se fue... La Laurita siempre lo echo de menos. Cuando se enfermó, ya no reconocía a nadie, hasta a mí me desconocía, pero se acordaba del Juan. Se le olvidaba que Juan se había ido. Me preguntaba a qué hora iba a volver. Yo le decía que vivía en Estados Unidos. Ella decía que lo echaba de menos, y luego me preguntaba a qué hora venía Juan... Alzeihmer, usted sabe, la gente se olvida hasta de quien es o como comer".
"Cuanto lo lamento señor."
"No se preocupe. Por eso ahora vengo para acá. Aparte que la casa es tan grande, y ella lo llena todo. Llego y casi siento sus pasos, que me saluda, pero no está. Sabe, me he dado cuenta que la gente no se muere tan rápido. Se van, pero quedan sus gestos y sus costumbres y las cosas...Y no sólo la Laurita. A veces, antes, cuando iba para el sur, a Talca, pasaba por la casa donde vivíamos con mi papá, y era como si frente a mis ojos todo volviera a ser como era cuando era niño... La memoria es rara, vuelve a medida que uno envejece. Cuando era joven, olvidaba todo rápido. Pero todo estaba ahí, y ahora que ya no tengo nada que hacer, todo vuelve tan real... Cada rincón me recuerda a la Laura. A veces, sobre todo los domingos, la sacaba a pasear como a esta hora. Ella ya no podía caminar, ni comer sola, había que hacer todo por ella. Le daba de comer, le cambiaba los pañales. Cuando se fue... no piense mal, pero al principio sentí un poco de alivio, porque era muy pesado todo. Pero con el paso del tiempo, la echo de menos. Sin ella, todo es como una sombra. Por eso vengo para acá, a descansar un rato..Aparte, la traía para acá. La ponía mirando hacia esa arboleda. Los árboles son tan bellos, y ella se quedaba mirándolos, como si soñara".

San Bernardo puede ser triste, casi fantasmal. Pensé (no lo dije) que el caballero parecía una sombra que hablaba de sombras, con su bastón y su espalda encorvada. Me acordé de Natalio Ruiz, el hombrecito del sombrero gris... Me acordé de mi abuela, que, una vez muerto mi abuelo, lo sobrevivió varios años más, pero fue decayendo, casi como si se fuera de a poco desvaneciendo. Enflaqueció, volvió a recrudecer el cancer, y se pasaba los días tendida, mirando el techo, con una foto del tata en el velador... Tuvo un copalso mental, dejó de hablar y se fue del mundo en medio del sopor de la morfina.

Los faroles se encendieron, ya eran más de las 6. Miré hacia donde había indicado el caballero. Había una pandereta al otro lado de la plaza, y luego edificios de blocks de ladrillo, vivienda social típica de la época de la dictadura, que tapaban la cordillera. "Disculpe caballero, pero no veo los árboles que dice".

... No supe que decir ni que sentí cuando me volví. La banca estaba desierta. Quizás yo también sea una sombra que habla con sombras y no sabe que lo es.
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