jueves, 28 de octubre de 2010

Mantram.

Si e m dstn qu vla cr y

miércoles, 27 de octubre de 2010

Cadalzo

Lo juzgaron y condenaron rápidamente. Fue desfilado por las calles de París, recibiendo los tomatazos y escupos que todo condenado a la guillotina recibía durante esos años. El pueblo Parisino, acostumbrado ya a la sangre y las cabezas rodantes, se congregó a mirar. Mira mientras lo bajan de la carreta. Luis XVI pudo articular un atisbo de discurso y murió con aplomo. Muchos nobles haraganes de Versalles murieron estóicamente, con altivez y desprecio. El cadalzo muestra a los hombres, al igual que la guerra.

Su celo moral y su virtud cívica hicieron rodar cabezas por miles. Salvó a Francia, necesitada de orden y con toda Europa cayéndole encima. Su retórica incendiaria y sus procedimientos prefiguraron el totalitarismo. Como carnicero de la historia, apeló a la felicidad humana y a la virtud: sus figuras de lógica impecable hablaban el lenguaje de Cesar -"si son buenos serán libres". Buscando la pureza de la revolución, la convertiste en un baño de sangre. Tristemente, toda revolución que se proclama en nombre de la la virtud y la felicidad termina siendo un festín para los buitres.

Aterrorizante sombra que se alzaba sobre París y sobre Francia. Un buen día, decidieron que ya era suficiente -todos los que habían llegado contigo al poder temían por sus cuellos. Te apresaron y quisiste quitarte la vida. Erraste en el tiro y te atravesaste la mandíbula. Sólo, te privaste de tu mejor arma: la lengua más hábil de toda Europa presenció muda de dolor el juicio público que la condenó a la guillotina.

Maximiliano Robespierre. Si hubieras podido hablar, quizás te habrías salvado. Ahora, el pueblo, como siempre, te insulta después de haberte idolatrado. Le diste sangre al por mayor y ahora otros le dan la tuya: el pueblo, como siempre, se regocija con la sangre que venga. No se como enfrentaste el cadalzo, pero no fue como el torpe Rey, que en su muerte se comportó a la altura de su cargo. Adios al terror blanco, adios a la guillotina hecha espectáculo público... Tu atestiguas el poder de la palabra. Tu vuelves a recordarme que la virtud y la felicidad no pueden ser los objetivos de un régimen político, porque la virtud y la felicidad no pertenecen a lo público y arrogarse el papel de corrector de almas supone poner a los hombres de rodillas. Recordar siempre, monsieur Robespierre, que en política no se puede especular con el agradecimiento ni con la lealtad. Mussolini y Stalin descubrirán lo mismo que tu descubres ahora que te atan al tablón y te deslizan bajo el arco. El entablado de la tarima esta renegrecido de sangre, y la cesta se abre como fauces para recibir tu cabeza, como recibió la cabeza de tus enemigos y contrincantes.

lunes, 25 de octubre de 2010

Armando Baeza Elizalde

Quería escribir sobre mi abuelo, el tata. Los bosquejos de cuento se fueron truncando (el oficio de cuentista me es difícil, aunque he tenido algunos aciertos), y la decisión final fue volver a este estilo extaño de narrar, tan lleno de mi, tan poco impersonal. Es la falta de oficio. Supongo que a pesar de tres años de teclear, aún soy un principiante.

El día en que estiró la pata, hubo, entre otras cosas, que llamar a la funeraria. El tata vivía en el piso 13 si mal no recuerdo (ya van casi 14 años) con mi abuela en un depto recargado de muebles con tapiz gobelino y mesas y lámparas antiguas de colores sombríos por los años. Aún no amanecía cuando llegué, y el tata ya estaba frío como un fierro y ya mostraba la lividez medio amarillenta de un cadaver. Medía cerca del metro noventa. El ataúd no cabía en el ascensor y las dos personas que lo traían lo tuvieron que subir por las escaleras. Pusieron al tata en el ataúd y le preguntamos a la abuela si quería casquete abierto o cerrado. Dijo que lo quería sellado, así que, por última vez me sente frente a ese rostro que me había hablado y paseado por el centro desde que tenía uso de razón - todos lloraban, pero yo estaba aturdido, y tuvieron que pasar largos 2 años antes que derramará las lágrimas del adiós- y le pasé la mano por la cabeza calva y las mejillas gélidas. Comprendí por primera vez que algún día yo estaría ahí, y mi cuerpo se agusanaría o sería cremado y guardado en un cofrecito de cobre -quizás le toque a alguno de mis nietos dormir con mis cenizas como yo tuve a mi abuela en una mesita los 2 años que viví con mi vieja luego de separarme.

Los tipos dijieron que el ataúd no cabía en el ascensor, y que lo mejor era que lo bajaramos por las escaleras, mientras alguíen se iba en el ascensor con el tata sentado y en el estacionamiento lo colocábamos dentro... Escándalo generalizado, mi madre gesticulando y reprobando la idea, mi abuela llorando en un sillón como una niña abandonada.... Yo me imaginaba  a unos vecinos entrando en el ascensor, y bajando con un cadaver sentado: delirio puro. Negociaciones y finalmente hubo que echar mano de la billetera y pagarles por bajar el ataúd con el finado dentro por las escaleras. 13 pisos fuimos (yo y mi primo Cristobal ayudamos en la tarea) bajando lentamente, mientras se nos resvalaba para todos lados. En los descansos, dejabamos al tata en su caja para tomar aire, y fuí recordando todo lo que el viejo me había dicho, sus historias increibles, los tres muñones de la mano izquierda, donde alguna vez hubo dedos (en instrucción de reclutas, el teniente Baeza, enseñándoles a hacer bombas hechizas, cometió un error y el artefacto le explotó en la mano), Gardel, la poesía española que recitaba ya cuando estaba perdiendo la vista y no le quedaba más que recordar.

Recordé que me enseño a jugar ajedrez y a hacer palomas de papél que baten las alas. Me adoctrinó en el anti-pinochetismo (que a la larga le salió mal, porque al mismo tiempo me fui volviendo anarquista y anti militarista). Recordé su asombro y decepción cuando le dije que iba a estudiar Filosofía, su incredulidad por mi pelo largo y los aros y los jeans rajados y la música estridente. lo ví ya viejo y resignado a tener a un nieto beodo, descarriado -uno más en nuestra familia, tan llena de ínfulas siempre decepcionadas por la alta producción de rarezas, descarrío  y vicios varios.  Recordé uno de sus dichos ("cuerpo de tentación, cara de arrepentimiento" -referencia a alguna chica en la playa, cuyo cuerpo curvado y protuberante le llamó la atención...hasta que se dio vuelta a mirar), la vez que conoció a Ibañez del Campo y estuvo en su despacho cuando dió la orden de matar a los ocupantes del seguro obrero, sus viajes a Europa a cotizar armamento para el ejército; las historias de familiares que nunca conocí, la vez que a su padre, que no bebía, siendo joven, había salido con un par de gringas. Lo habían traido de vuelta a la casa como huasca, arrastrando, y espantada, su la abuela del tata, a partir de ese momento, instauró el vasito de vino al almuerzo (para que aprendiera a tomar).

Como big fish, no sé que fue verdad y donde comienza tu cosecha, pero me entretuviste durante años con tus historias.

Te echo de menos tata. No fuí lo que hubieras querido, pero vives en mí cada día y aún uso tu abrigo de cazador en invierno y un par de las corbatas que cada vez menos me anudo, las llevaste tú. Hojeo con Mateo los libros de la Segunda Guerra Mundial y las Mil y Una Noches con ilustraciones de Sherezada que eran tuyos. Mi hermano lleva tu anillo de matrimonio colgando del cuello, y le conté el otro día a la Antonia que cuando la llevamos a verte al asilo a los 2 años, era primavera, y el viento sopló y cayeron pétalos blancos de un árbol y tu mirabas (estabas flaco y en silla de ruedas con un chal en las piernas) y decías que llovía zeppelines ¿Qué le hubieras contado tú, de manera inigualable, antes de que se fuera a dormir? Las historias de Mur Si Ela y Go, supongo, que me contabas de niño, y a mi madre también.

Si estuvieras ahora, se que me darías el consejo apropiado para levantar cabeza...
Respetuosamente, con un par de lágrimas

Tu nieto

domingo, 24 de octubre de 2010

Viña

Cada vez que vengo a Viña, tengo que trabajar. No me da el tiempo para nada más que olfatear un poco el aire que viene de las olas y ya estoy depositando mi cuerpo en la cabina, hablando en inglés o español sin entender mayormente lo que estoy diciendo por gran parte del día... tal es la naturaleza de este empleo. Tiene sus cosas agradables, como el tener que concentrarme en todo el día en trasvasijar palabras y significados de un idioma a otro, lo que me distrae de mis pensamientos y divagaciones que han estado cargadas a la melancolía. Luego, todo acaba, camino a un paradero, tomo la micro a la terminal y me largo.

Es al subirme a la micro que tengo que pagar, y el micrero arranca un boleto de la tira, toma mis monedas y las deja sobre la bandeja. Luego, en cada paradero, las va ordenando con amor en las ranuras de 10, 50, 100. Son micros chicas, y me encuentro transportado al primer año de la década del 90, yendo al colegio en la mañana, amodorrado a las 6:30.

Los pasamanos y los fierros están envueltos en tiras plásticas multicolor, la palanca de cambio tiene una jaiva o langosta, y hay calcomanías. Se suben niños moquillentos a cantar con ralladores y limas. En este tiempo, a veces no llegaré al colegio, sino que me bajaré antes, prenderé el primer cigarro del día (fumo desde los 14), y me iré a vagar a bellavista, al centro, a los flippers... Hablaré un día con un viejo que se me acerca mientras leo sentado, y empezaré a entender tras sus preguntas y anécdotas que me mira como a un efebo, y me retiraré rápidamente. Me juntaré con una amiga e iremos a jugar pool a Antonio Varas, y luego, a su casa (sus padres trabajan, no hay nadie), y fumaremos y beberemos cerveza y hablaremos de toda clase de cosas. Nunca pasará nada entre nosotros y casí 10 años después, sabré que se ha suicidado unos pocos años después de verla por última vez, en uno de mis cumpleaños, cuando llegó embarazada y se calló casi toda la noche y nos sentamos bajo el parrón del patio.

Pero es la adolescencia que ha vuelto por un lapso corto de 10 minutos. Mientras me bajo, pienso que volveré a Santiago. Pienso que he pasado mucho tiempo sin viajar a Viña. En 1 Norte con Libertad estaba el departamento de un amigo, donde pasé 2 o 3 veranos. Una vez sacamos el auto de sus padres que ya dormían (una rutina que teníamos, ninguno con licencia por no ser aún mayores de edad) de noche y aterrados y los ojos enrojecidos por un par de caños, creimos haber atropellado a un vago, mientras ibamos en reversa por una calle luego de comprobar que no era la que buscábamos. Finalmente el vago se levanta -en realidad ibamos lento, pero el hecho de ver por el retrovisor una ojos abiertos como huevos fritos y luego un golpe y un desorden de brazos desapareciendo de la vista fue aterrador. Nunca me había sentido tan aliviado como cuando se levantó, ebrio como piojo, y nos rezó un rosario con minucia religiosa cuyo sonido estridente e ininteligible de piedad alcohólica y ropa hedionda y apermasada fue casí la felicidad.

Estaba también una chica mayor, varios años según me acuerdo, que conocí en la micro, con quien solíamos caminar por la playa de Reñaca de noche o por Libertad, y que una noche me invitó a su depto y la luna y el alcohol y el deseo nos enlazaron por el lapso de una efímera noche que recuerdo ahora cristalina como si fuera ayer. Luego me tuve que ir, y no anoté su número. Me la topé un año después, y nuevamente no anoté su número. Desapareció entonces, pero, extrañamente, hace un par de años que la he vuelto a ver de vez en cuando por Grecia cuando voy a ver a mis hijos. Ha cambiado poco, excepto que su cara ya no es rozagante, sino la de alguien que ya se acerca a los 40. No se si me reconoce, ya que yo también he cambiado, a pesar de seguir flaco como un moldadientes.

Es que en esa época nada estaba decidido y nada importaba excepto exprimir las experiencias como limones hasta que las pepas saltaran y todo se salpicara con jugo. El olor a nuevo estaba en todo y nuestro lenguaje era expresivo y vano, presintiente y errado como nuestros ojos y tacto, repletos de sorpresa, asombro, curiosidad e ingenuidad intensa. Íbamos tras las cosas sin miedo y sin saber, vacíos como cuencos que buscan llenarse de golpe con el vino de la existencia, con inocencia de niños jugando con el bien y el mal, el desórden y la desobediencia. Pronto, todos mordimos la manzana, el paraíso se cerro y comenzó el largo viaje por el mundo y su peso, la decisión y la responsabilidad. Siguiendo las hebras del devenir que me fue llegando, me he perdido, pero ese inicio fue magia pura.

Juventud, divino tesoro

sábado, 23 de octubre de 2010

sábado, 16 de octubre de 2010

Mundo


Me gusta el mundo. Es simple y las palabras no lo pueden descifrar. Es como el azar y como la necesidad y como el destino, que son las tres la misma cosa. Me miro en el espejo y mis ojeras me pesan y me duelen como me pesa una negrura entre las costillas. Pero las nubes y los árboles limpian mis desvaríos y me dejan saber que todo pasa, excepto el sol que sale, excepto el viento que sopla en mi cara y juega con mi pelo, excepto el mar y la tierra y los ciclos que se repiten una y otra vez sobre mi cabeza y bajo mis pies. Todo lo demás no tiene importancia.

viernes, 8 de octubre de 2010

Este blog se siente solitario sin los posteos anónimos que dieron otra cara al invierno.
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