viernes, 31 de mayo de 2013

Sobre lo Obsequadas que son las Palabras

No existe persona alguna que no agote su repertorio. Con terquedad vuelve siempre y con insistencia nuestros hábitos nos ganan, con las emociones predominantes y los pensamientos que se pierden por el desierto del mundo para volver a las mismas apreciaciones y las mismas conclusiones.

Alguna vez jugé a ser Alicia y bebía de todas las botellitas. Pase por el País de las Maravillas, que resultó cansarme como me cansa mi ciudad bienamada, como me cansaron las palomas y las iglesias y la salvación. Nunca me cansó escribir, pero comenzé a descubrir que escribir es una constante iteración.

Entiendo ahora que tenemos pocas cosas que decir... Extraña verdad siendo el mundo tan vasto y habiendo tanto en que fijarse.  Y a pesar de su abundancia, las palabras son la expresión de un entendimiento estrecho, obseso, siempre volviendo a sus mismos temas. Quisiera volver a la primera hoja en blanco de hace tantos años, donde no había dicho nada aún. Era posible soñar, era posible aprender porque una hoja en blanco es nada, que en el mundo de las posibilidades es todo.

Pero eso es pasado. El presente que quisiera expresar no se amolda a mis hábitos y no puedo urdir en estas palabras lo que ocurre. El amor actual nunca se ha dejado reflejar en mis palabras, que se avienen con tosudez a la nostalgía, al peso del pasado, a la soledad, al futuro posible del deseo, los vicios de la carne y la espirituosa.

Pero hay amor presente en mi vida y, junto con él, hay felicidad y tribulación, saltos inseguros a territorios desconocidos, una cama compartida y mucha nicotina. Una frondosa cabellera ensortijada y una sonrisa que no gasta su influjo después de todo este tiempo.

Mi ciudad bienamada, vieja compañera de la soledad, se vuelve desconocida... Las plazas, iglesias, palomas, bares y calles dejan de ser el mapa de las heridas del tiempo insoslayable. Las palabras me desconocen, porque ya no las puedo usar para detenerme en la pena y han quedado huerfanas del propósito que les avenía por costumbre.

Quería envejecer tranquilo. Quería escribir en mil variaciones mi ciudad y sus cambios. Quería la soledad y la libertad del deseo for the sake of itself, de la intimidad vacía de emociones, sensaciones puras ojos y bocas que devorándome con avidez furtiva desaparecien con la llegada de la mañana. Quería exhumar el perdón de Cristo, perdido bajo el barro y la mugre del cristianismo culposo. Quería tantas cosas, y a eso se acostumbraron las palabras.

Pero han mudado las cosas. El niño que se miraba en la fuente con su hermana ya no juegan en la plaza, pero seguimos codiciando los burbujeros y el mote con huesillo y los sigo mirando con los mismos ojos de hace años, cuando eran hojas en blanco, recien llegados. Se pulirá su entendimiento contra la piedra de la experiencia, y terminarán tarareando el mismo tema que todos musitan al llegar a la adultez en algún momento:

"Forgive the poor old people that gave us entry, taught us god and the child's prayer in the night". ("American Prayer" J. Morrison).

Que tañan las campanas, que vuelen las palomas, que los niños crecieron y la vida mutó como siempre. Que se vayan a otra parte las palomas y las plazas, hasta que se acostumbren a signarte, X L C, y no a signar la pena o la nostalgia o la calentura o la borrachera.


Un beso.

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