Es extraño trabajar el sábado. El edificio esta silencioso, las salas vacías. Se siente como la melancolía de los domingos en la tarde en Santa Elvira, cuando las viejas dormían la siesta y el comedor y los pasillos y el reloj desnudaban la soledad y los espíritus que se acumularon a través de los años en cada mueble y cada recodo me hablaban sin que lo supiera...
Es verdad que una ciudad sin movimiento deja de tener sentido. Si el comercio no esta abierto, y no circula el dinero de mano en mano, no se justifican los kilómetros de asfalto, los semáforos, la fuerza policial. Ergo, este edificio es un sin sentido. Las cosas inutilizadas manan energías pesadas, el silencio huelga en los oídos, los pasos resuenan por los pasillos, el espíritu de la pesadez se deja sentir otra vez.
Mi corazón tiende una vez más a la familia que ya no tengo, a las sabanas colgadas y el jardín fresco. Lo que se perdió revive en las cosas inmóviles, los computadores apagados, las salas vacías. Las ciudades vacías recuerdan lo perdido, los lugares dejados a si mismos emanan las cosas que pasan en la cabeza, nos encierran en nosotros mismos, reflotan una melancolía que supura por la respiración y las horas y el declinar de la tarde.
domingo, 5 de abril de 2009
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