domingo, 24 de octubre de 2010

Viña

Cada vez que vengo a Viña, tengo que trabajar. No me da el tiempo para nada más que olfatear un poco el aire que viene de las olas y ya estoy depositando mi cuerpo en la cabina, hablando en inglés o español sin entender mayormente lo que estoy diciendo por gran parte del día... tal es la naturaleza de este empleo. Tiene sus cosas agradables, como el tener que concentrarme en todo el día en trasvasijar palabras y significados de un idioma a otro, lo que me distrae de mis pensamientos y divagaciones que han estado cargadas a la melancolía. Luego, todo acaba, camino a un paradero, tomo la micro a la terminal y me largo.

Es al subirme a la micro que tengo que pagar, y el micrero arranca un boleto de la tira, toma mis monedas y las deja sobre la bandeja. Luego, en cada paradero, las va ordenando con amor en las ranuras de 10, 50, 100. Son micros chicas, y me encuentro transportado al primer año de la década del 90, yendo al colegio en la mañana, amodorrado a las 6:30.

Los pasamanos y los fierros están envueltos en tiras plásticas multicolor, la palanca de cambio tiene una jaiva o langosta, y hay calcomanías. Se suben niños moquillentos a cantar con ralladores y limas. En este tiempo, a veces no llegaré al colegio, sino que me bajaré antes, prenderé el primer cigarro del día (fumo desde los 14), y me iré a vagar a bellavista, al centro, a los flippers... Hablaré un día con un viejo que se me acerca mientras leo sentado, y empezaré a entender tras sus preguntas y anécdotas que me mira como a un efebo, y me retiraré rápidamente. Me juntaré con una amiga e iremos a jugar pool a Antonio Varas, y luego, a su casa (sus padres trabajan, no hay nadie), y fumaremos y beberemos cerveza y hablaremos de toda clase de cosas. Nunca pasará nada entre nosotros y casí 10 años después, sabré que se ha suicidado unos pocos años después de verla por última vez, en uno de mis cumpleaños, cuando llegó embarazada y se calló casi toda la noche y nos sentamos bajo el parrón del patio.

Pero es la adolescencia que ha vuelto por un lapso corto de 10 minutos. Mientras me bajo, pienso que volveré a Santiago. Pienso que he pasado mucho tiempo sin viajar a Viña. En 1 Norte con Libertad estaba el departamento de un amigo, donde pasé 2 o 3 veranos. Una vez sacamos el auto de sus padres que ya dormían (una rutina que teníamos, ninguno con licencia por no ser aún mayores de edad) de noche y aterrados y los ojos enrojecidos por un par de caños, creimos haber atropellado a un vago, mientras ibamos en reversa por una calle luego de comprobar que no era la que buscábamos. Finalmente el vago se levanta -en realidad ibamos lento, pero el hecho de ver por el retrovisor una ojos abiertos como huevos fritos y luego un golpe y un desorden de brazos desapareciendo de la vista fue aterrador. Nunca me había sentido tan aliviado como cuando se levantó, ebrio como piojo, y nos rezó un rosario con minucia religiosa cuyo sonido estridente e ininteligible de piedad alcohólica y ropa hedionda y apermasada fue casí la felicidad.

Estaba también una chica mayor, varios años según me acuerdo, que conocí en la micro, con quien solíamos caminar por la playa de Reñaca de noche o por Libertad, y que una noche me invitó a su depto y la luna y el alcohol y el deseo nos enlazaron por el lapso de una efímera noche que recuerdo ahora cristalina como si fuera ayer. Luego me tuve que ir, y no anoté su número. Me la topé un año después, y nuevamente no anoté su número. Desapareció entonces, pero, extrañamente, hace un par de años que la he vuelto a ver de vez en cuando por Grecia cuando voy a ver a mis hijos. Ha cambiado poco, excepto que su cara ya no es rozagante, sino la de alguien que ya se acerca a los 40. No se si me reconoce, ya que yo también he cambiado, a pesar de seguir flaco como un moldadientes.

Es que en esa época nada estaba decidido y nada importaba excepto exprimir las experiencias como limones hasta que las pepas saltaran y todo se salpicara con jugo. El olor a nuevo estaba en todo y nuestro lenguaje era expresivo y vano, presintiente y errado como nuestros ojos y tacto, repletos de sorpresa, asombro, curiosidad e ingenuidad intensa. Íbamos tras las cosas sin miedo y sin saber, vacíos como cuencos que buscan llenarse de golpe con el vino de la existencia, con inocencia de niños jugando con el bien y el mal, el desórden y la desobediencia. Pronto, todos mordimos la manzana, el paraíso se cerro y comenzó el largo viaje por el mundo y su peso, la decisión y la responsabilidad. Siguiendo las hebras del devenir que me fue llegando, me he perdido, pero ese inicio fue magia pura.

Juventud, divino tesoro

2 comentarios:

Matias Rivera Baeza dijo...

¿Qué onda Jimmy? ¿Hurgando entre los libros de la buena memoría? Apuesto a que te plantaste en alguna plasha y te quedaste oyendo "como un ciego frente al mar". Me acuerdo de la letra hasta la última coma. El flaco siempre le da al meosho del asunto con sus letras, el muy boludo. Parece que dejamos que el vestigio del futuro se nos resbalara de las manos como jabón...Pero "habra crecido un tallo en el nogal, la luz habrá tiznado gente sin fé". En este mientras tanto, recordá siempre eso, Jimmy.

Anónimo dijo...

Oye, el paraíso no se ha cerrado. es s{olo que ti te da por entrar por el costado...por donde no hay puerta-.

Sam

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