miércoles, 27 de octubre de 2010

Cadalzo

Lo juzgaron y condenaron rápidamente. Fue desfilado por las calles de París, recibiendo los tomatazos y escupos que todo condenado a la guillotina recibía durante esos años. El pueblo Parisino, acostumbrado ya a la sangre y las cabezas rodantes, se congregó a mirar. Mira mientras lo bajan de la carreta. Luis XVI pudo articular un atisbo de discurso y murió con aplomo. Muchos nobles haraganes de Versalles murieron estóicamente, con altivez y desprecio. El cadalzo muestra a los hombres, al igual que la guerra.

Su celo moral y su virtud cívica hicieron rodar cabezas por miles. Salvó a Francia, necesitada de orden y con toda Europa cayéndole encima. Su retórica incendiaria y sus procedimientos prefiguraron el totalitarismo. Como carnicero de la historia, apeló a la felicidad humana y a la virtud: sus figuras de lógica impecable hablaban el lenguaje de Cesar -"si son buenos serán libres". Buscando la pureza de la revolución, la convertiste en un baño de sangre. Tristemente, toda revolución que se proclama en nombre de la la virtud y la felicidad termina siendo un festín para los buitres.

Aterrorizante sombra que se alzaba sobre París y sobre Francia. Un buen día, decidieron que ya era suficiente -todos los que habían llegado contigo al poder temían por sus cuellos. Te apresaron y quisiste quitarte la vida. Erraste en el tiro y te atravesaste la mandíbula. Sólo, te privaste de tu mejor arma: la lengua más hábil de toda Europa presenció muda de dolor el juicio público que la condenó a la guillotina.

Maximiliano Robespierre. Si hubieras podido hablar, quizás te habrías salvado. Ahora, el pueblo, como siempre, te insulta después de haberte idolatrado. Le diste sangre al por mayor y ahora otros le dan la tuya: el pueblo, como siempre, se regocija con la sangre que venga. No se como enfrentaste el cadalzo, pero no fue como el torpe Rey, que en su muerte se comportó a la altura de su cargo. Adios al terror blanco, adios a la guillotina hecha espectáculo público... Tu atestiguas el poder de la palabra. Tu vuelves a recordarme que la virtud y la felicidad no pueden ser los objetivos de un régimen político, porque la virtud y la felicidad no pertenecen a lo público y arrogarse el papel de corrector de almas supone poner a los hombres de rodillas. Recordar siempre, monsieur Robespierre, que en política no se puede especular con el agradecimiento ni con la lealtad. Mussolini y Stalin descubrirán lo mismo que tu descubres ahora que te atan al tablón y te deslizan bajo el arco. El entablado de la tarima esta renegrecido de sangre, y la cesta se abre como fauces para recibir tu cabeza, como recibió la cabeza de tus enemigos y contrincantes.

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