lunes, 25 de octubre de 2010

Armando Baeza Elizalde

Quería escribir sobre mi abuelo, el tata. Los bosquejos de cuento se fueron truncando (el oficio de cuentista me es difícil, aunque he tenido algunos aciertos), y la decisión final fue volver a este estilo extaño de narrar, tan lleno de mi, tan poco impersonal. Es la falta de oficio. Supongo que a pesar de tres años de teclear, aún soy un principiante.

El día en que estiró la pata, hubo, entre otras cosas, que llamar a la funeraria. El tata vivía en el piso 13 si mal no recuerdo (ya van casi 14 años) con mi abuela en un depto recargado de muebles con tapiz gobelino y mesas y lámparas antiguas de colores sombríos por los años. Aún no amanecía cuando llegué, y el tata ya estaba frío como un fierro y ya mostraba la lividez medio amarillenta de un cadaver. Medía cerca del metro noventa. El ataúd no cabía en el ascensor y las dos personas que lo traían lo tuvieron que subir por las escaleras. Pusieron al tata en el ataúd y le preguntamos a la abuela si quería casquete abierto o cerrado. Dijo que lo quería sellado, así que, por última vez me sente frente a ese rostro que me había hablado y paseado por el centro desde que tenía uso de razón - todos lloraban, pero yo estaba aturdido, y tuvieron que pasar largos 2 años antes que derramará las lágrimas del adiós- y le pasé la mano por la cabeza calva y las mejillas gélidas. Comprendí por primera vez que algún día yo estaría ahí, y mi cuerpo se agusanaría o sería cremado y guardado en un cofrecito de cobre -quizás le toque a alguno de mis nietos dormir con mis cenizas como yo tuve a mi abuela en una mesita los 2 años que viví con mi vieja luego de separarme.

Los tipos dijieron que el ataúd no cabía en el ascensor, y que lo mejor era que lo bajaramos por las escaleras, mientras alguíen se iba en el ascensor con el tata sentado y en el estacionamiento lo colocábamos dentro... Escándalo generalizado, mi madre gesticulando y reprobando la idea, mi abuela llorando en un sillón como una niña abandonada.... Yo me imaginaba  a unos vecinos entrando en el ascensor, y bajando con un cadaver sentado: delirio puro. Negociaciones y finalmente hubo que echar mano de la billetera y pagarles por bajar el ataúd con el finado dentro por las escaleras. 13 pisos fuimos (yo y mi primo Cristobal ayudamos en la tarea) bajando lentamente, mientras se nos resvalaba para todos lados. En los descansos, dejabamos al tata en su caja para tomar aire, y fuí recordando todo lo que el viejo me había dicho, sus historias increibles, los tres muñones de la mano izquierda, donde alguna vez hubo dedos (en instrucción de reclutas, el teniente Baeza, enseñándoles a hacer bombas hechizas, cometió un error y el artefacto le explotó en la mano), Gardel, la poesía española que recitaba ya cuando estaba perdiendo la vista y no le quedaba más que recordar.

Recordé que me enseño a jugar ajedrez y a hacer palomas de papél que baten las alas. Me adoctrinó en el anti-pinochetismo (que a la larga le salió mal, porque al mismo tiempo me fui volviendo anarquista y anti militarista). Recordé su asombro y decepción cuando le dije que iba a estudiar Filosofía, su incredulidad por mi pelo largo y los aros y los jeans rajados y la música estridente. lo ví ya viejo y resignado a tener a un nieto beodo, descarriado -uno más en nuestra familia, tan llena de ínfulas siempre decepcionadas por la alta producción de rarezas, descarrío  y vicios varios.  Recordé uno de sus dichos ("cuerpo de tentación, cara de arrepentimiento" -referencia a alguna chica en la playa, cuyo cuerpo curvado y protuberante le llamó la atención...hasta que se dio vuelta a mirar), la vez que conoció a Ibañez del Campo y estuvo en su despacho cuando dió la orden de matar a los ocupantes del seguro obrero, sus viajes a Europa a cotizar armamento para el ejército; las historias de familiares que nunca conocí, la vez que a su padre, que no bebía, siendo joven, había salido con un par de gringas. Lo habían traido de vuelta a la casa como huasca, arrastrando, y espantada, su la abuela del tata, a partir de ese momento, instauró el vasito de vino al almuerzo (para que aprendiera a tomar).

Como big fish, no sé que fue verdad y donde comienza tu cosecha, pero me entretuviste durante años con tus historias.

Te echo de menos tata. No fuí lo que hubieras querido, pero vives en mí cada día y aún uso tu abrigo de cazador en invierno y un par de las corbatas que cada vez menos me anudo, las llevaste tú. Hojeo con Mateo los libros de la Segunda Guerra Mundial y las Mil y Una Noches con ilustraciones de Sherezada que eran tuyos. Mi hermano lleva tu anillo de matrimonio colgando del cuello, y le conté el otro día a la Antonia que cuando la llevamos a verte al asilo a los 2 años, era primavera, y el viento sopló y cayeron pétalos blancos de un árbol y tu mirabas (estabas flaco y en silla de ruedas con un chal en las piernas) y decías que llovía zeppelines ¿Qué le hubieras contado tú, de manera inigualable, antes de que se fuera a dormir? Las historias de Mur Si Ela y Go, supongo, que me contabas de niño, y a mi madre también.

Si estuvieras ahora, se que me darías el consejo apropiado para levantar cabeza...
Respetuosamente, con un par de lágrimas

Tu nieto

3 comentarios:

Constanza dijo...

Que susurro más bonito...

Un abrazo a la distancia para ti.

Anónimo dijo...

Tata Armando, haz que caiga el Hindenburg otra vez!!!

Te echamos de menos, tú, el de los piropos sin adjetivos; los dedos mancos; los versos antiguos.

Mis respetos.

Sam

Sayen Futalefu dijo...

Así es, fue una buena persona, querendon y siempre dispuesto a apoyar a la familia, yo tambien lo recuerdo con mucho cariño a mi padre

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