Escribir es vestir el universo con la talla de un sentido. En los libros, la poesía, los mamotretos filosóficos o las ciencias sociales, en la economía. Se trata que todo se pueda entender, este ordenado, gire en torno a un centro que disponga las piezas en una simetría y una lógica. Las manos sobre los teclados se disponen a obrar la voluntad divina, el triunfo del amor, la inexorable revolución o a demostrar que la sociedad es manoseada al por mayor y al detalle por una mano invisible, que el mercado todo lo puede y así sucesivamente.
Pero el mundo simplemente deviene una cosa distinta a cada instante, por debajo, por encima y por los lados de nuestro empecinamiento. Y siempre esta allí para desarmar las leyes de los libros, de las terápias, de las escuelas de economía. Una vez que la dama alcanza su afán y se casa con su amado, su mundo deviene hijos, casa, cuentas, peleas, reencuentros, y esfuerzo constante aguantando los pedos, mediocridades y demases detalles vanales del "amado esposo"; una vez alcanzado el puesto, deviene más pega, más cachos, aparte de más plata y normalmente más deudas: el mundo trasciende todo sentido y disolviéndolo, lo hace un afán efímero y frágil. Sostener algo con pies y cabeza es un esfuerzo por sostener un artificio antinatural que esta siempre a punto de caer a pedazos entre el flujo de sucesos.
El amor se vuelve rutina y hasta odio a veces, la revolución oprime a los liberados, el mercado iniquia porque no todos pueden tener lo que quieren, la religión preciosismo y ritual que olvida la razón por la que está. Lo ilusorio de la escritura, de todo relato armado en torno a una idea, es que alcanzada la meta que teje la trama de los hechos, todo queda en un nunc stans: el "y vivieron felices para siempre" - explicado todo, inteligible para el lector, redondo: de una vez y para siempre. El mercado todo lo soluciona ad infinitum; la terapia deja al paciente ticitaca para enfrentar la vida; Cristo redime el alma que se vuelve "buena y virtuosa"...
Sin embargo, la experiencia cotidiana enseña lo contrario: la pletora de acontecimientos no acepta semejante reducción, y la vida termina siendo un continuo lidiar con hechos inesperados, sorpresivos y la trama queda en restos de naufragio flotando en la marea: problema tras problema, hasta que se busca otra explicación, y de nuevo a hilar todo...
Escribir, hacer películas, ir a la Iglesia o militar a la derecha o la izquierda, ponerse en manos del terapeuta. Modos todos de buscar esa ilusión: que el mundo hace sentido, que las cosas van para algún lado, que nosotros tenemos algo que hacer aquí y que algo se esconde tras el vaivén de lo que pasa. Encima, que ese algo escondido tiene intenciones especiales con nosotros, como el autor lo tiene para con sus personajes.... ¡Pero No! El mundo persiste, el mundo disuelve, el mundo no obedece a ninguna intención oculta o a ningún plan de salvación...Eso es lo místico.
lunes, 2 de marzo de 2009
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