Me quiero lavar de viejas costumbres herrumbrosas, del crujido de las articulaciones, del darse una y otra vez el metro, el pavimento, el sol o la lluvia, de la escasez perenne, de palabras usadas como boleadora, de la confusión, la gastritis, del cansancio que siento ganar mis pies y mi cabeza y el hambre que calman los puchos y la bilis... El lavado tiene que purificarme hasta la médula, que nada sea como fue, que nadie huela como olía, que no haya ramas atravesando el sendero, ni voces en el camino susurrando culpa: cincelar una nueva esperanza en mi mirada, un nuevo comienzo para mis pies, una nueva mañana para el sol, un nuevo afán para el niño.
Amén
martes, 17 de marzo de 2009
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