jueves, 24 de noviembre de 2011

Tse Yang, pintor de Tigres.

Arde Mundo. Qin Shi Huang lo manda. Ardan libros, como ardieron los hombres en el campo de batalla.  La paz es la muerte. La paz son los buitres y el muro. La paz son los miles, llevando la roca que levanta la barrera que mantiene lejos al bárbaro Mongol. Arde mundo, arde. Tse Yang no se preocupa. En las montañas y la niebla, dedica su vida a su arte único. Los bosques rayados del bambú albergan al tigre que busca su ojo y su mano, ese que caza y mata y prolifera sigiloso. Extiende día tras día un papiro sobre el suelo de una choza y el pincel traza laberintos de negro y amarillo  sobre el fondo blanco. Los hombres buscan siempre un pensamiento y una obra, y Tse Yang busca al tigre que dibuja mientras medra el pelo en su cabeza y el tiempo aja su piel.  Puede caerse el muro, pueden morir a miles los hombres, nada puede acabar con los tigres que nacen, uno tras otro, para traer la muerte a bestias y a hombres sobre estas laderas eternas. Nada detiene  la concentrada maestría del pintor de tigres.

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